Blog de literatura y pensamiento

Ilustración de Christian Schloe


Copyright de todos los textos publicados en este blog con el nombre de Olga Beltrán Filarski.





27 abril 2020

Prisionera



Prisionera a cadena perpetua
de la cárcel de huesos y carne de mi cuerpo,
que el devenir de los años transforma a su antojo.
Atrapada en una identidad de nombre y apellidos,
profesión, genética, raza,
clase social, nacionalidad,
esclava de costumbres y rutinas,
de conceptos quizás ilusorios,
de memorias dolorosas y recuerdos añorados,
de temores y deseos.
Sola,
en medio de un universo del que se que formo parte
y que, sin embargo, tantas veces se me hace ajeno.
Amazona del tiempo
cabalgando las horas, los minutos, los fugaces segundos,
transitando una senda sinuosa, 
navegando entre las inexorables fronteras del nacimiento y la muerte,
desde el cálido y seguro vientre materno
que me arrojó inmisericorde al primer llanto de este mundo,
hasta el frío seno de la tierra,
los umbrales del vacío, de la nada,
del misterio insondable,
del espacio pavoroso y desconocido
en que se extinguirá mi conciencia.

                                         Olga Beltrán Filarski

      Ilustración: Norman Duenas


20 abril 2020

El sendero



            A simple vista se trataba de un sendero sencillo de recorrer; no era pedregoso, ni demasiado zigzagueante, carecía de pendientes... Lo contemplaba desde una torre de madera destartalada por el azote de los elementos y por el paso del tiempo que servía de observatorio a pacientes ornitólogos y a paseantes que desearan hacer un alto en el camino para consumir su tiempo ocultos en aquel rincón de paz, desde el cual la vista divisaba todo el prado hasta perderse en un horizonte recortado tan solo por las siluetas de algunos árboles que parecían rizadas excrecencias. 
          Partiendo en dos la monotonía de la llanura estaba él, el sendero blanquinoso, deslizándose sereno entre el verde suave de la vegetación de aquel lugar. Discurría tan sosegadamente que tentaba a acercarse y a recorrerlo, igual que una de esas maquetas por las que circulan los trenes de juguete en los que las poblaciones, las vías férreas, las colinas y los caminos desprenden tal armonía que dan ganas de poder convertirse en un hombre diminuto, como el viejo Gulliver, y adentrarse en ese mundo tan aparentemente ordenado, bello y apacible en el que nada se vislumbra del caos que invade nuestras existencias en el mundo real.
           Si desde la posición en que yo me hallaba acomodada en la torre-observatorio hubiera visto recorrer el sendero a alguien en bicicleta y ese supuesto ciclista, sin motivo aparente, hubiese caído, habría yo pensado que no se trataba más que de un patoso, pues resultaba ridículo tropezar y caer en un camino tan llano y amable, y seguramente me habría burlado de aquel a quien yo tomaba por un torpe, pero esto habría sucedido únicamente en el caso de que yo misma no hubiese recorrido antes también en una bicicleta aquel sendero. Sólo visto muy de cerca, o, mejor dicho, hallándose exactamente sobre él, podía uno darse cuenta de que era arenoso y de que las ruedas de una bicicleta derrapaban con facilidad al hundirse en cualquiera de los numerosos y pequeños montones de arena que lo ondulaban sutilmente y que le proporcionaban ese aspecto blanquinoso que tan agradable resultaba a la vista en contraste con el verde del prado. 
         Igual que habría tildado yo de patoso al ciclista que cayese en el sendero de no haberlo recorrido antes yo misma unos días antes y conocer por tanto su dificultad real, así juzgamos a los demás en el recorrido por sus vidas, cuyos auténticos obstáculos ignoramos absolutamente y de las cuales tan solo conocemos la apariencia que ofrecen a los ojos que las contemplan a distancia como desde un observatorio en el que jamás se es protagonista. Muchas veces se nos antoja el camino de los demás sencillo y apacible, igual que aquel sendero que trajo estos pensamientos a mi cabeza mientras empezaba a atardecer y de los que el zumbido de un moscardón que revoloteaba impertinente a mi alrededor acabó por apartarme.

              Olga Beltrán Filarski




16 abril 2020

Hace frío esta noche


Hace frío esta noche.
El Universo se estremece a oscuras y el viento sopla fuera.
Un techo me cobija y una lámpara me alumbra,
pero yo deambulo siempre entre las sombras
de la mujer que anda sola por el mundo.

Hazme un hueco
en el calor blando de tu lecho,
solo por esta noche,
y déjame un rescoldo
del fuego que tú guardas.

El Universo se estremece a oscuras.
Dime cosas dulces,
y aunque sea una ilusión
hazme sentir frágil,
protegida entre tus brazos,
poseída por la fuerza que aparentas;
quisiera tener dios,
hogar, raíces,
tierra y destino,
en vez de vagar
perdida entre la gente
que como yo viene y va,
y busca y no encuentra,
y halla y pierde,
y anda y lucha,
y cae…
                 y llora…
                                                          y se vuelve a levantar...

                                                       
                                                 Olga Beltrán Filarski



14 abril 2020

La pantera cautiva





 En los intrincados recovecos de su memoria yacen soterrados recuerdos remotos, el legado genético de sus antepasados, el conocimiento inconsciente de aquello para lo que la naturaleza la creó, sus ancestrales instintos desterrados, sofocados en un exilio de por vida en la celda en que nació cautiva, su cuerpo, prisionero, como su alma; un ser degradado entre rejas a través de las que cientos y miles de ojos horadan su intimidad. Jamás ha contemplado los rayos del sol irrumpiendo como lanzas ígneas entre la vegetación exuberante, nunca trepó a los árboles para olisquear la cúpula del cielo que la selva cicatera niega a sus criaturas, ni anduvo con su sigilo de felino por las ramas nudosas enmarañadas de plantas que también sienten nostalgia de la luz. No ha escuchado chillidos y cantos de pájaros voluptuosos, ni han colmado su olfato olores incitantes de apetecibles presas que excitan la adrenalina, desconoce el vértigo de la caza envuelta por las cómplices sombras de la noche, la libertad y el placer de pasear con orgullo su silueta esbelta y temible entre el follaje viendo y sin ser vista, protegida por la espesura de miradas indeseables. 
Anda de un lado a otro de su reducida celda, inquieta, cabizbaja, hastiada, humillada en su prisión, mientras la gente contempla en su día de asueto el patético remedo de una pantera. Debe agradecer a sus carceleros, como muchos de los otros seres castrados que residen entre los muros del presidio, al servicio de la insaciable curiosidad humana, la supervivencia de su especie, amenazada en los territorios para los que la naturaleza la dotó, la supervivencia a cualquier precio, a costa de toda dignidad, una supervivencia engañosa; e inútil: la pantera real no es ese ser degenerado de mirada triste que se consume entre barrotes, jamás nadie podrá enseñarle a nadie qué es una pantera a través de esa lamentable visión. Lo único que podría aprenderse ante esa jaula es lo que no debe hacérsele jamás a un ser vivo.


                                                                                                Olga Beltrán Filarski

08 abril 2020

Invierno



El invierno trepa por los huesos,
por las paredes,
por las cañerías,
como una hiedra de hielo
encaramándose a los cuerpos y las almas,
gotea por los grifos, por las narices,
sobre los charcos,
sella con burlete las ventanas,
cubre de bruma los espíritus,
repta por las aceras blancas mancilladas de barro,
dibuja ramas desnudas sobre el lienzo de las mañanas grises,
grita por las gargantas de los cuervos negros,
llora desde el cielo su llovizna melancólica,
se estrella contra los cristales empañados,
contra las puertas cerradas,
vaga por las calles
paseando su triste soledad de perro abandonado,
arrastrando su cuerpo amorfo,
como un alma en pena,
perseguido por la primavera que conspira en secreto bajo la tierra,
empeñada en reconquistar su verde reino
de pájaros y flores.

                                                                                                                                                                                                                                                                       Olga Beltrán Filarski



05 abril 2020

Amanecer



Olas blancas de lirios,
las ondas de la sábana blanca
sobre nuestros cuerpos amándose.
Y el alba clarea el perfil del horizonte.
Pétalos retorcidos se elevan y enredan,
caen y se desvanecen en el lecho,
navío que surca el delirio.
Y me quemas toda la sangre,
y me quemas la carne entera.
Y la luna se queda sola,
cuando los luceros se apagan,
moribunda y desnuda 
sin su manto sombrío,
espiando lánguida al otro lado 
de nuestra ventana abierta,
envidiando, ella que muere,
el estallido implacable del que la vida mana.
Y recorro las sendas de tu piel morena,
y te absorbo y me llenas,
y me envuelves toda con tu cuerpo entero,
hasta que tu ser se desborda en el mío,
mientras la luna desfallece entre las luces del día nuevo.

                              Olga Beltrán Filarski

Ilustración: Il Rito, de Roberto Ferri

Los juzgados


Por los sombríos pasillos de los juzgados
reptan impúdicas las miserias,
se convulsionan desasosiegos y rencores.
Sus gélidas entrañas de mármol blanco y hormigón
regurgitan vergüenzas y rencillas.
En el aire denso que vibra entre sus muros
hiede la putrefacción,
en polvorientos anaqueles saturados,
en mesas de secretarios arrogantes,
en grises expedientes.

Crónicas de pequeños y grandes dramas 
duermen su sueño inquieto
en carpetas de colores sarcásticamente apacibles.
Esperan al juez que sentencie los destinos,
al frágil y falible ser humano que dictamine
quién inocente y quién culpable,
que escarmiente o exima.
El pequeño e impasible ser
revestido de solemne toga negra
al que la vida fraguó como a los demás,
por la avenidas del sufrimiento y los temores
y que, como los demás, va manchado por el lodo
de los recuerdos dolorosos que le hicieron ser quien es,
un ser humano modelado con carne, huesos,
anhelos, apegos y fobias que ninguna ley podrá acallar.

Furgones policiales arrojan hombres esposados
al bajo vientre del purgatorio terrenal.
Sepultados en la jaula se muerden los puños.
Tras las rejas negras de los lúgubres ventanucos a pie de calle
escuchas los lamentos y la congoja de quienes los esperan fuera,
ven avanzar las piernas de los que andan en libertad,
ajenos a sus quebrantos,
prisioneros quizás de otras cárceles,
pero ellos, allí abajo,
más abajo que el resto del mundo,
enterrados vivos,
cautivos de los imperturbables mercenarios de la ley,
de la justicia tramposa de ojos descubiertos y balanza desigual,
que engulle vidas y sesga cabezas desheredadas 
mientras cobija bajo el ala, 
en sus vericuetos intrincados,
a los cachorros de la estirpe que la engendró.

                                         Olga Beltrán Filarski