Blog de literatura y pensamiento

Ilustración de Christian Schloe


Copyright de todos los textos publicados en este blog con el nombre de Olga Beltrán Filarski.





20 abril 2020

El sendero



            A simple vista se trataba de un sendero sencillo de recorrer; no era pedregoso, ni demasiado zigzagueante, carecía de pendientes... Lo contemplaba desde una torre de madera destartalada por el azote de los elementos y por el paso del tiempo que servía de observatorio a pacientes ornitólogos y a paseantes que desearan hacer un alto en el camino para consumir su tiempo ocultos en aquel rincón de paz, desde el cual la vista divisaba todo el prado hasta perderse en un horizonte recortado tan solo por las siluetas de algunos árboles que parecían rizadas excrecencias. 
          Partiendo en dos la monotonía de la llanura estaba él, el sendero blanquinoso, deslizándose sereno entre el verde suave de la vegetación de aquel lugar. Discurría tan sosegadamente que tentaba a acercarse y a recorrerlo, igual que una de esas maquetas por las que circulan los trenes de juguete en los que las poblaciones, las vías férreas, las colinas y los caminos desprenden tal armonía que dan ganas de poder convertirse en un hombre diminuto, como el viejo Gulliver, y adentrarse en ese mundo tan aparentemente ordenado, bello y apacible en el que nada se vislumbra del caos que invade nuestras existencias en el mundo real.
           Si desde la posición en que yo me hallaba acomodada en la torre-observatorio hubiera visto recorrer el sendero a alguien en bicicleta y ese supuesto ciclista, sin motivo aparente, hubiese caído, habría yo pensado que no se trataba más que de un patoso, pues resultaba ridículo tropezar y caer en un camino tan llano y amable, y seguramente me habría burlado de aquel a quien yo tomaba por un torpe, pero esto habría sucedido únicamente en el caso de que yo misma no hubiese recorrido antes también en una bicicleta aquel sendero. Sólo visto muy de cerca, o, mejor dicho, hallándose exactamente sobre él, podía uno darse cuenta de que era arenoso y de que las ruedas de una bicicleta derrapaban con facilidad al hundirse en cualquiera de los numerosos y pequeños montones de arena que lo ondulaban sutilmente y que le proporcionaban ese aspecto blanquinoso que tan agradable resultaba a la vista en contraste con el verde del prado. 
         Igual que habría tildado yo de patoso al ciclista que cayese en el sendero de no haberlo recorrido antes yo misma unos días antes y conocer por tanto su dificultad real, así juzgamos a los demás en el recorrido por sus vidas, cuyos auténticos obstáculos ignoramos absolutamente y de las cuales tan solo conocemos la apariencia que ofrecen a los ojos que las contemplan a distancia como desde un observatorio en el que jamás se es protagonista. Muchas veces se nos antoja el camino de los demás sencillo y apacible, igual que aquel sendero que trajo estos pensamientos a mi cabeza mientras empezaba a atardecer y de los que el zumbido de un moscardón que revoloteaba impertinente a mi alrededor acabó por apartarme.

              Olga Beltrán Filarski




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