Blog de literatura y pensamiento

Ilustración de Christian Schloe


Copyright de todos los textos publicados en este blog con el nombre de Olga Beltrán Filarski.





02 noviembre 2022

Caballos salvajes



Por los inciertos caminos de la Tierra
vagan quienes no tienen amo,
tiritando a veces de frío sin un refugio,
pero libres, 
sin más dueño que la cúpula del cielo
y sus pasos,
atravesando fértiles valles y desiertos,
sintiendo bajo las plantas de los pies
la caricia de la arena a las orillas de un mar plácido
o la aspereza de las rocas rasgando la carne
en los acantilados más abruptos.

En otros tiempos ardieron en hogueras.

A veces creo ser una de ellos,
otras, sucumbo a la molicie del plato
y el lecho cálido que da el amo,
para después rebelarme y regresar a mis orígenes,
para viajar en el tiempo al día en que nací
sin las rudas ataduras que luego, poco a poco,
fueron anudando en mi mente
para domesticarla como se doma a un potrillo
al que se ata a un muro
para aplacar su naturaleza salvaje de caballos ancestrales
que corrieron libres por las más verdes praderas
y que aún galopan por su sangre.

Deseo correr como ellos y que no vuelvan a alcanzarme,
pero cuando lo intento con el corazón desbocado,
hambrienta de libertad,
siento el terror del esclavo fugitivo perseguido por los perros.
¡Corre!, ¡corre!, ¡que no te atrapen!
¡Corre lejos
y no vuelvas!


                                                                             Olga Beltrán Filarski


01 octubre 2022

Realidad


¡Ríndete! 
Toca de pies en el suelo, 
sé práctico, 
reniega de ti mismo, 
de tus principios, 
de tus ideales, 
arráncate las entrañas, 
sé realista, 
acepta la realidad.

Realidad. 
¡Qué palabra tan odiosa! 
La realidad anda siempre pegada a mis talones, 
echando paladas de tierra sobre los sueños, 
como un sepulturero macabro vestido de gris.

La realidad lleva un fósforo en la mano 
y un barril de gasolina. 
Tiene rostro de verdugo, 
dientes de ogro 
y hocico ensangrentado 
de corazones despedazados.

La realidad está hecha de plumas de ángeles caídos, 
de pétalos de flores marchitas, 
de pedazos de arco iris desteñidos, 
de cenizas de viejos sueños derrotados, 
de amores desterrados, 
de eslabones de cadenas.
del sabor amargo de la cicuta.

La realidad te pone zapatos de plomo, 
te impide alzar el vuelo, 
te obliga a arrastrar los pies 
sobre un suelo duro de asfalto ardiente 
por el que transitan cargamentos 
de desengaño y sumisión.

¡Escuchad!: las campanas tocan a muerto; 
otra víctima de la realidad ha caído.

Escaparé muy lejos de aquí, 
me embarcaré en mi Arca 
cargada de utopías, 
magia, 
esperanza y libertad... 
para salvarlas del diluvio 
que anega almas, voluntades y fortalezas. 
Izaré todas las velas, 
en busca de tierras vírgenes, 
surcaré todos los mares 
para que no me alcancen 
sus tentáculos mortíferos, 
para que no hinque en mi yugular 
su veneno maligno.

Los hijos de la noche, 
las hijas de la luna, 
los poetas, 
los bohemios, 
los artistas, 
los soñadores, 
los rebeldes, 
huimos de ti, 
realidad bastarda de útero estéril 
que solo engendra abortos.

                                                                                            Olga Beltrán Filarski

Montaje de vídeo: Olga Beltrán Filarski

22 septiembre 2022

La espina


            Andreu Capdevila había terminado por borrar de los estratos más superficiales de su memoria los veinte primeros años de su existencia. Quiso olvidar la tierra seca y  polvorienta que lo vio nacer, una tierra árida que dependía de las lluvias para que pudiera germinar en sus entrañas el sustento de los humanos que la poblaban, olvidó los caprichos de aquel cielo infinito que se extendía sobre el paisaje perezoso de matorrales agostados, y que en ocasiones negaba el agua necesaria para regar el fruto de los esfuerzos campesinos, olvidó que en su pueblo algunos ni siquiera habían visto nunca  la discreta capital de su provincia, ni conocían tampoco el mar, olvidó a las viejas enlutadas de rostros espectrales de su familia y de las de sus convecinos, cuyas vidas habían transcurrido insignificantes entre aquel montón de casas de piedra y calles de terrizo y cuyos huesos conocían de sobra su último destino: el pequeño y humilde cementerio de la iglesia, ese terruño que se había nutrido durante siglos con la sangre y la médula de todas las generaciones que se sucedieron en el pueblo. Olvidó también la fuerza con que se aferraba a la mano de su madre cuando entró en Barcelona por vez primera con solo diez años, asustado ante la posibilidad de perderse y ser engullido por aquel descomunal laberinto de calles que a él le parecían inmensas y que bullían de desconocidos que no lo miraban a la cara y que parecían todos ellos muy atareados y con prisa. Olvidó que,

09 septiembre 2022

Simplemente... porque hay poesía



Las poesías son cuadros pintados con palabras, 
con la tinta roja de la sangre que fluye en impetuosas oleadas 
por el corazón del poeta. 

La poesía está en el murmullo de los ríos, 
en las hojas de los árboles, que tiemblan ante la caricia de la brisa,
en sus raíces que se afanan por permanecer, aferrándose a la tierra madre,
como nosotros nos aferramos a los sueños y a la fe
para no perecer creyendo que somos solo polvo y barro. 

La poesía está en los horizontes inalcanzables, donde nace y muere el sol, 
en los trenes que parten de las estaciones con sus cargamentos de vida, 
en la mirada fiel de un perro, 
en la danza hipnótica del fuego y el olor a leña quemada de las chimeneas del invierno, 
que dibujan garabatos sobre el paisaje lánguido, 
en la alegría y en la nostalgia, 
en la fuerza que hace que te vuelvas a levantar después de haber caído, 
cuando te creías acabado, 
en los amaneceres que siguen a las abismales noches de desesperanza. 

La poesía es el misterio de la vida y de la muerte, 
la lucha de la gente que no se doblega y persigue ideales y utopías, 
el aullido de los lobos acosados que resisten en las montañas, 
el coraje de una cierva defendiendo a su cría, 
el vuelo de las águilas planeando sobre las cumbres escarpadas, 
el embrujo de las noches de luna llena, 
y los veranos del Sur. 

La poesía son la risa y el orgasmo, 
y hasta el llanto y la lluvia, 
con su estela de olor a tierra mojada, 
la curiosidad de los niños y los cachorros, 
del científico y el filósofo, 
que sienten que siempre hay una pregunta tras todas las respuestas, 
la pasión indomable de los artistas, 
y la audacia de nuestros antepasados, 
que surcaron mares y atravesaron valles y montañas en busca de vidas mejores, 
y mezclaron sus cuerpos y su sangre a través de los tiempos para que podamos existir 
y andar por el mundo naciendo y muriendo un poco todos los días,
con cada aprendizaje, 
con cada derrota, 
con cada nuevo amor, 
con cada pérdida 
y sintiendo que, 
a pesar de todo el dolor, 
de todo el sufrimiento que pueda sacudirnos, 
nuestros corazones seguirán latiendo, amando, esperanzándose a contracorriente, 
y creyendo que vale la pena vivir... 
simplemente... 
                                            porque hay poesía.

                                                                                                  Olga Beltrán Filarski

Fotografía: Olga Beltrán Filarski



26 agosto 2022

Urbe



La noche va tomando la ciudad,
colándose sigilosa por sus intersticios, esquinas, avenidas,
avanza imparable por las ventanas y las rendijas de las puertas, 
desvanece los perfiles de los edificios,
empapa de oscuridad las cabezas cansadas y soñolientas,
ansiosas de adormecerse frente a una pantalla
contemplando vidas de plasma.
Una luna adulterada, asfixiada entre el neón,
cuelga de la cúpula de un cielo lánguido como lámpara raquítica,
ignorada por todos,
con tristeza de muchacha fea en un baile.
Las entrañas de la urbe engullen a los transeúntes
por su boca mecánica de dientes plateados,

17 julio 2022

El intruso


El amor es un anarkista radical.
Nada entiende de clases sociales, leyes, 
religiones ni fronteras.
Es Dios y es el Diablo.
Te da la fuerza y te la quita.
Te vuelve cobarde o te vuelve un héroe.

Llega sin preguntar, sin pedir permiso,
como un intruso,
infiltrado en el cuerpo de un hombre, de una mujer,
camuflado de pareja,
en el interior de un niño, de una niña,
disfrazado de hijo,
vestido de amigo o amiga,
de perro, 
de gata,
o de la humanidad entera.
Se presenta sin avisar y de repente
irrumpe en tu vida
y convierte tu carne, tus huesos,
tus músculos, tu mente y tus entrañas
en frágil cristal,
en mero cristal que alguien podría romper en mi pedazos
con una simple ausencia, con una pérdida,
un desprecio, o con la peor puñalada:
una traición,
tras la cual te juras cerrar por siempre el paño de tu pecho
para acabar volviéndolo a abrir sin darte cuenta y sin poderlo remediar.

El amor posee el poder de convertirte en roca,
que resiste los embates del mar en las peores tempestades.
Te hace fuerte como el acero,
capaz de hazañas impensables, 
dispuesto a luchar por proteger al ser amado
y a salir de tu piel para entrar en otra
y descubrir los secretos y las emociones que habitan en ella.
Posee el poder de volverte una diosa o un titán en los ojos de otro ser
que a ti se te antoja también infinito;
el poder de hacerte temblar de miedo o de deseo, 
de gozo y de placer,
de dicha y de ternura,
de anhelo o añoranza
y perderte a ti mismo
o reconocerte por fin.

Te rapta, te subyuga,
te obliga a dejar de sentirte un único ser,
a traspasar fronteras tras las cuales ya nada vuelve a ser igual.
Te arranca la coraza, te desarma,
te deja desnudo e indefenso, vulnerable,
con el pecho descubierto e invadido.
Puede hacerte caer bajo
o elevarte a lo más alto.
Te da la vida y te la quita
si el azar, el destino o el mal fario te arrebatan a quien amas,
dejándote devastado, como un tsunami que arrasa todo a su paso.

Y sin embargo, 
qué débil es el ser humano de corazón angosto,
en cuyos senderos no hay cabida para que fluya el sentimiento:
invertebrado, cojeando, reptando casi,
por caminos polvorientos huérfanos de horizonte
de los que apenas el suspiro de una brisa leve
desvanecerá su huella vacilante.

                                                                                           Olga Beltrán Filarski    
Fotografía: Robert Doisneau

23 junio 2022

Confesiones de una hormiga




            Soy una hormiga obrera, una más de la colectividad que ayudo a construir y proteger y que a su vez me protege a mí. Sola no podría sobrevivir, no hay modo de escapar a ese sino. Pero aun así debo confesaros algo: cuenta la leyenda que una cigarra y una hormiga se encontraron una vez, hace tiempo ya. La cigarra, burlona, se mofaba de la pobre hormiga laboriosa, esclava de sus obligaciones mientras la otra cantaba y jugueteaba gozando del sol del verano, ajena a los rigores invernales que ineludiblemente habrían de llegar. La hormiga precavida, tratando de hacer oídos sordos a las humillantes burlas de la cigarra, continuó impasible su trabajo. Fueron duros los días de las primeras lluvias tras el estío. En más de una ocasión ella y todas sus compañeras a punto estuvieron de perecer, pero gracias a sus penosos esfuerzos lograron sobrevivir a aquellas hecatombes y reparar empecinadamente una y otra vez su hormiguero en peligro. Las provisiones que habían acumulado diligentes durante el verano fueron su sustento en los días de mal tiempo, mientras que la cigarra, desconocedora de cualquier previsión pereció llevándose a la tumba sus burlas hacia la resignada hormiga. Mucho tiene de sabia y acertada esta historia, no lo negaré, pero... a pesar de todo. no consigo sacarme de dentro el pesar que llevo siempre conmigo y que hasta ahora jamás he osado confiarle a nadie: ¡qué no daría yo por haber disfrutado de un solo día de la felicidad y despreocupación de la cigarra!, ¡qué no daría yo por conocer el secreto de su canto enloquecido, por haber saboreado su libertad brincando a la luz del sol cegador...! Tanto esfuerzo..., para qué. Tal vez sobreviva hasta el próximo invierno, a un nuevo letargo, hasta que regresen los días de producción, las fatigas de reconstrucción del hormiguero, el sortear afanosa las lluvias, contentar a la reina, almacenar alimentos bajo la implacable vigilancia de las soldados... Ese es mi secreto, esa ansia soterrada de pertenecer a otra especie mientras continúo con estoicismo y resignación mis labores cotidianas de las que soy esclava. Pero... ¡tsss...! Nada digáis de esto a nadie, pues por mucho que sueñe, no puedo escapar de mi condición, y ese no es sentir propio de hormigas; si las demás lo supieran, sería mi fin.

                 Olga Beltrán Filarski


15 junio 2022

Herejes


Criaturas peregrinas de alas irrefrenables,
espíritus sin confines,
caminantes de senderos invisibles,
cazadores de horizontes
que confrontan los abismos
devorando el propio miedo.

Perseguidos, condenados, denostados,
carne de burlas, carne de hoguera,
pero eternamente libres,
insultantemente libres,
esclavos si acaso de su pasión,
que nadie podrá enjaular.

Buscadores de verdades que agravian a la ignorancia apoltronada,
herejes que empequeñecen a flácidos dioses de barro
y resquebrajan sin pudor los cimientos de los templos.

Destructores de rejas herrumbrosas,
fugitivos de oscuras mazmorras
de las que otros, prisioneros voluntarios,
obedientes de sus guardianes,
jamás querrán huir, 
hechos a sus sombras y a su aire pestilente 
como espectrales criaturas de ultratumba.

Rastreadores de utopías bordeando el precipicio,
desafiando al fracaso y al escarnio,
dispuestos a bajar a los infiernos por querer tocar el cielo.
Viajeros indomables,
exploradores de sí mismos,
constructores de mundos nuevos,
navegantes a contracorriente,
conquistadores de universos prohibidos.

                                                                                        Olga Beltrán Filarski

12 mayo 2022

Ídolos de barro



Naufragios, derrotas, sangre coagulada
de heridas mal restañadas,
cicatrices tumefactas,
cenizas de viejos sueños.
Uñas resquebrajadas
escarbando el subsuelo
en busca de las raíces,
de un paraíso perdido
que existió solo en la inocencia de mi niñez.
Rostros difusos, memorias borrosas,
ecos lejanos de risas infantiles,
algarabía de chapoteos en la playa
en un mar de horizontes alcanzables
bajo un radiante cielo sin nubes,
júbilo en el corazón
por una bicicleta nueva,
la voz de mi abuelo
enseñándome a montarla,
mañanas de Reyes,
juguetes con olor a nuevos,
cuentos que siempre traían un final feliz,
el Hada Madrina, el Príncipe Azul,
Superman,
papá y mamá omniscientes y omnipotentes,
viejos mitos derrumbados como ídolos de barro
cuya ausencia acecha en cada esquina,
¿cómo puede echarse tanto de menos
algo que nunca fue real?

                                                                                         Olga Beltrán Filarski



18 marzo 2022

Campo de Moria


      En Enero de 2020 escribí esta poesía, dedicada al campo de refugiados más grande de Europa: el campo de Moria, ubicado en la isla de Lesbos. Ese infame campo, uno de esos pozos negros que existen en nuestro atormentado planeta a los que se arroja a seres humanos como si fueran basura, ardió durante la madrugada del 9 de septiembre de ese mismo año. En él vivían hacinadas en condiciones infrahumanas miles de personas que huyeron de la guerra en sus países en Oriente Medio y hasta en algunos lugares de África, personas que lo han perdido todo y que llevan mucho tiempo, a veces incluso años, luchando por que se les conceda permiso para, simplemente, hacer una vida normal en Europa. Me documenté mucho para escribir esta poesía y todo lo que describo en ella es real, a excepción del nombre de dos niños que inventé yo, pero, desgraciadamente, no sus circunstancias, que son exactamente las que sufrían los niños que malvivían allí y que supongo que ahora continuarán sufriendo en cualquier otro lugar de esos reservados para las víctimas inocentes de los conflictos armados y de la miseria que laceran nuestro despiadado mundo.

En la idílica isla de Lesbos,
mecida por las aguas del legendario mar Egeo,
que es caricia y cementerio,
sobre un fértil valle de olivos,
han encerrado la vergüenza de nuestro mísero mundo,
entre muros de hormigón y espirales de concertinas,
que desgarran la carne y el horizonte.

En la hermosa isla de Lesbos, 
paraíso de turistas,
le han puesto nombre al infierno:
Campo de Moria, 
refugio y prisión de mujeres, 
de hombres y niños errantes, hacinados, 
bordeando la locura, 
embarrancados sobre un abismo de papeles 
que duermen en los despachos 
de quienes no tienen prisa. 

Existencias acorraladas 
entre el fuego y los burócratas. 

Vidas desterradas que deambulan 
en un laberinto inmundo de callejones destartalados, 
de ínfimas barracas 
y livianas tiendas de campaña 
estremecidas como pétalos de flores 
ante las dentelladas del invierno 
sobre los tiernos cuerpos indefensos, 
bajo el cielo que se desploma enfurecido 
y cala en la tierra y en la carne desvalida, 
como un monstruo de tentáculos infinitos. 

Vidas que transcurren en eternas colas, 
ríos humanos de exasperación 
que desembocan en un leve alivio al estómago vacío, 
en una letrina sucia, 
una ducha, o quizás... 
en una firma que autorice la dignidad. 

En el Campo de Moria, 
donde agonizan entre la basura los sueños bombardeados 
y las quejas se acallan con gases lacrimógenos, 
donde el dolor es una bestia de colmillos afilados 
y el aire está hecho de lágrimas evaporadas 
que entran por los pulmones y se esparcen por la sangre, 
una niña escuálida, calzada con chanclas de goma, 
avanza por las horas muertas sin escuela. 
Entre desperdicios y un hilillo de agua sucia, 
arrastra una caja de cartón atada a una cuerda, 
dentro, su viejo osito de peluche, 
entrañable compañero al que se aferra 
en las negras noches de miedo y llanto. 

Su nombre es Hayat, vida, 
y tiembla de pánico si oye el zumbido pavoroso 
de las máquinas que escupen muerte desde el cielo, 
y convierten en desiertos de cascotes las ciudades y los corazones, 
las que destruyeron sus juguetes, su casa, su colegio, 
y a su hermano Naim.

Chiítas, sunitas, 
yihadistas, rebeldes, 
fuerzas gubernamentales. 
FUEGO CRUZADO. 

Metástasis de odio rentable, 
pasto de los mercaderes de la guerra, 
de imperios que avanzan con colosales pies de acero 
y voracidad de dinosaurio 
por las rutas del viscoso oro negro que mana de la tierra, 
ahogada en sangre. 

Las flores de Damasco calcinadas,
Hayat, Naim, el pequeño Aylan muerto en una playa, 
como un despojo en la arena arrojado por el mar, 
mar bulímico que engulle vidas 
con sus brutales fauces de agua y sal. 

Existencias devastadas, 
DAÑOS COLATERALES.

                                                                          Olga Beltrán Filarski

Fotografía: Carlos Rosillo