Soy
una hormiga obrera, una más de la colectividad que ayudo a construir y proteger
y que a su vez me protege a mí. Sola no podría sobrevivir, no hay modo de
escapar a ese sino. Pero aun así debo confesaros algo: cuenta la leyenda que
una cigarra y una hormiga se encontraron una vez, hace tiempo ya. La cigarra,
burlona, se mofaba de la pobre hormiga laboriosa, esclava de sus obligaciones
mientras la otra cantaba y jugueteaba gozando del sol del verano, ajena a los
rigores invernales que ineludiblemente habrían de llegar. La hormiga precavida,
tratando de hacer oídos sordos a las humillantes burlas de la cigarra, continuó
impasible su trabajo. Fueron duros los días de las primeras lluvias tras el
estío. En más de una ocasión ella y todas sus compañeras a punto estuvieron de
perecer, pero gracias a sus penosos esfuerzos lograron sobrevivir a aquellas
hecatombes y reparar empecinadamente una y otra vez su hormiguero en peligro.
Las provisiones que habían acumulado diligentes durante el verano fueron su
sustento en los días de mal tiempo, mientras que la cigarra, desconocedora de
cualquier previsión pereció llevándose a la tumba sus burlas hacia la resignada
hormiga. Mucho tiene de sabia y acertada esta historia, no lo negaré, pero... a
pesar de todo. no consigo sacarme de dentro el pesar que llevo siempre conmigo
y que hasta ahora jamás he osado confiarle a nadie: ¡qué no daría yo por haber
disfrutado de un solo día de la felicidad y despreocupación de la cigarra!,
¡qué no daría yo por conocer el secreto de su canto enloquecido, por haber saboreado
su libertad brincando a la luz del sol cegador...! Tanto esfuerzo..., para qué.
Tal vez sobreviva hasta el próximo invierno, a un nuevo letargo, hasta que
regresen los días de producción, las fatigas de reconstrucción del hormiguero,
el sortear afanosa las lluvias, contentar a la reina, almacenar alimentos bajo
la implacable vigilancia de las soldados... Ese es mi secreto, esa ansia
soterrada de pertenecer a otra especie mientras continúo con estoicismo y
resignación mis labores cotidianas de las que soy esclava. Pero... ¡tsss...!
Nada digáis de esto a nadie, pues por mucho que sueñe, no puedo escapar de mi
condición, y ese no es sentir propio de hormigas; si las demás lo supieran,
sería mi fin.
Olga Beltrán Filarski
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