Blog de literatura y pensamiento

Ilustración de Christian Schloe


Copyright de todos los textos publicados en este blog con el nombre de Olga Beltrán Filarski.





18 marzo 2022

Campo de Moria


      En Enero de 2020 escribí esta poesía, dedicada al campo de refugiados más grande de Europa: el campo de Moria, ubicado en la isla de Lesbos. Ese infame campo, uno de esos pozos negros que existen en nuestro atormentado planeta a los que se arroja a seres humanos como si fueran basura, ardió durante la madrugada del 9 de septiembre de ese mismo año. En él vivían hacinadas en condiciones infrahumanas miles de personas que huyeron de la guerra en sus países en Oriente Medio y hasta en algunos lugares de África, personas que lo han perdido todo y que llevan mucho tiempo, a veces incluso años, luchando por que se les conceda permiso para, simplemente, hacer una vida normal en Europa. Me documenté mucho para escribir esta poesía y todo lo que describo en ella es real, a excepción del nombre de dos niños que inventé yo, pero, desgraciadamente, no sus circunstancias, que son exactamente las que sufrían los niños que malvivían allí y que supongo que ahora continuarán sufriendo en cualquier otro lugar de esos reservados para las víctimas inocentes de los conflictos armados y de la miseria que laceran nuestro despiadado mundo.

En la idílica isla de Lesbos,
mecida por las aguas del legendario mar Egeo,
que es caricia y cementerio,
sobre un fértil valle de olivos,
han encerrado la vergüenza de nuestro mísero mundo,
entre muros de hormigón y espirales de concertinas,
que desgarran la carne y el horizonte.

En la hermosa isla de Lesbos, 
paraíso de turistas,
le han puesto nombre al infierno:
Campo de Moria, 
refugio y prisión de mujeres, 
de hombres y niños errantes, hacinados, 
bordeando la locura, 
embarrancados sobre un abismo de papeles 
que duermen en los despachos 
de quienes no tienen prisa. 

Existencias acorraladas 
entre el fuego y los burócratas. 

Vidas desterradas que deambulan 
en un laberinto inmundo de callejones destartalados, 
de ínfimas barracas 
y livianas tiendas de campaña 
estremecidas como pétalos de flores 
ante las dentelladas del invierno 
sobre los tiernos cuerpos indefensos, 
bajo el cielo que se desploma enfurecido 
y cala en la tierra y en la carne desvalida, 
como un monstruo de tentáculos infinitos. 

Vidas que transcurren en eternas colas, 
ríos humanos de exasperación 
que desembocan en un leve alivio al estómago vacío, 
en una letrina sucia, 
una ducha, o quizás... 
en una firma que autorice la dignidad. 

En el Campo de Moria, 
donde agonizan entre la basura los sueños bombardeados 
y las quejas se acallan con gases lacrimógenos, 
donde el dolor es una bestia de colmillos afilados 
y el aire está hecho de lágrimas evaporadas 
que entran por los pulmones y se esparcen por la sangre, 
una niña escuálida, calzada con chanclas de goma, 
avanza por las horas muertas sin escuela. 
Entre desperdicios y un hilillo de agua sucia, 
arrastra una caja de cartón atada a una cuerda, 
dentro, su viejo osito de peluche, 
entrañable compañero al que se aferra 
en las negras noches de miedo y llanto. 

Su nombre es Hayat, vida, 
y tiembla de pánico si oye el zumbido pavoroso 
de las máquinas que escupen muerte desde el cielo, 
y convierten en desiertos de cascotes las ciudades y los corazones, 
las que destruyeron sus juguetes, su casa, su colegio, 
y a su hermano Naim.

Chiítas, sunitas, 
yihadistas, rebeldes, 
fuerzas gubernamentales. 
FUEGO CRUZADO. 

Metástasis de odio rentable, 
pasto de los mercaderes de la guerra, 
de imperios que avanzan con colosales pies de acero 
y voracidad de dinosaurio 
por las rutas del viscoso oro negro que mana de la tierra, 
ahogada en sangre. 

Las flores de Damasco calcinadas,
Hayat, Naim, el pequeño Aylan muerto en una playa, 
como un despojo en la arena arrojado por el mar, 
mar bulímico que engulle vidas 
con sus brutales fauces de agua y sal. 

Existencias devastadas, 
DAÑOS COLATERALES.

                                                                          Olga Beltrán Filarski

Fotografía: Carlos Rosillo


17 marzo 2022

Formas de violar a un niño


        Existen muchas formas de violar a un niño, y no todas son sexuales. Se viola a un niño cuando se destruye de repente su inocencia, cuando se incrustan en su mente y su corazón el miedo o el terror, el rencor o la rabia, la sensación de que se han quebrado para siempre el mundo en el que vive, su seguridad, la fe en la omnipotencia de sus padres protectores, en el futuro, sus ilusiones, su paz aparentemente inquebrantable, cuando se le incapacita para jugar y reír. Se viola a un niño cuando el odio de los adultos lo devora, fagocita su existencia infantil. Se viola a un niño desde un despacho a miles de quilómetros de donde él se encuentra, con una decisión. Se viola a un niño con una intención de lucro a costa de su vida, o peor que de su vida, de la dignidad de su vida. Se viola a un niño con la indiferencia ante su sufrimiento, ante los acontecimientos que le robaron todo aquello que puede hacer subsistir a un ser humano como tal: la alegría, la confianza, los seres a los que ama; cuando sus lágrimas caen al vacío porque a nadie le importan.
        
                                                                                                                                     Olga Beltrán Filarski




01 marzo 2022

Tiempo




El tiempo va lamiéndolo todo
con su áspera lengua de óxido y polvo.
Su implacable aliento de niebla
desdibuja los contornos de la memoria,
difumina el dolor y las ausencias.

Es tramposo y de cuerpo amorfo,
se dilata en el desconsuelo y se contrae en el placer.
Transforma los conceptos, los disfraces,
las verdades oficiales,
vuelve rutina los yugos, y hasta los látigos.

Enraíza el amor,
surca nuestros rostros,
nos arranca vendas de los ojos,
nos pone contra las cuerdas.

Pinta de amarillo y dorando las hojas de los árboles,
los desnuda, los vuelve a vestir.
Juega a girar sobre sí mismo una y otra vez
y nos arrastra con él
encadenados a su rueda eterna,
obstinado portador de vida y de muerte,
de ocaso y amanecer.

Avanza imparable, tenaz,
y sigiloso como un gato negro en una noche sin luna
convierte al niño en anciano,
al futuro en pasado,
en arena la roca, 
en ruinas los templos más sólidos.

¿Y los sueños de la gente que luchó y que lucha,
las esperanzas de la gente que cree?
En qué los convertirás al fin a ellos, compañero despiadado y cruel:

¿Acaso en un volátil puñado de cenizas?,
¿Quizás en una flor de belleza efímera,
de pétalos desvanecidos por el pérfido aliento del desencanto?
¿O tal vez... tal vez por fin...
en frutos maduros repletos de semillas?

    
                                                                                                Olga Beltrán Filarski