Existen muchas formas de violar a
un niño, y no todas son sexuales. Se viola a un niño cuando se destruye de
repente su inocencia, cuando se incrustan en su mente y su corazón el miedo o
el terror, el rencor o la rabia, la sensación de que se han quebrado para
siempre el mundo en el que vive, su seguridad, la fe en la omnipotencia de sus
padres protectores, en el futuro, sus ilusiones, su paz aparentemente
inquebrantable, cuando se le incapacita para jugar y reír. Se viola a un niño
cuando el odio de los adultos lo devora, fagocita su existencia infantil. Se
viola a un niño desde un despacho a miles de quilómetros de donde él se
encuentra, con una decisión. Se viola a un niño con una intención de lucro a
costa de su vida, o peor que de su vida, de la dignidad de su vida. Se viola a
un niño con la indiferencia ante su sufrimiento, ante los acontecimientos que
le robaron todo aquello que puede hacer subsistir a un ser humano como tal: la
alegría, la confianza, los seres a los que ama; cuando sus lágrimas caen al
vacío porque a nadie le importan.
Olga Beltrán Filarski
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