Las
personas que actúan guiadas por prejuicios son como los ordenadores, que
necesitan ser programados con órdenes concretas, puesto que no poseen la
facultad de juzgar y decidir por sí mismos qué debe hacerse a cada momento. Los
seres humanos con prejuicios precisan igualmente de esos mandatos prefabricados
para saber cómo actuar y qué pensar. Sus mentes no son capaces de valorar por
iniciativa propia qué actitud e ideas deben adoptarse ante situaciones nuevas,
y no interpretan la realidad que tienen delante de las narices con sus propios
ojos, no aprenden ni leen en ella, sino a la inversa: la adaptan a sus prejuicios para que, sea
como sea, encaje en esos esquemas simples que les evitan el esfuerzo de
analizar y sacar conclusiones por sí mismos.
La especie
humana se divide ante todo en dos clases: la de aquellos que poseen un cerebro
libre y la de los que lo tienen encadenado por los prejuicios.
Olga Beltrán Filarski
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