Dedicada a María Lozano Galván, una anciana y queridísima amiga,
ya fallecida, que en su juventud luchó repleta de ideales y esperanzas
en la guerra civil española para perder y tener que continuar adelan-
te en el exilio con el dolor de la derrota a cuestas.
Perdiste mil batallas,
perdiste amigos que quedaron enterrados en cunetas,
ideales crucificados, esperanzas...,
pero el mundo sigue girando ajeno a tu dolor.
Y ahora andas por este invierno con pasos torpes
como los primeros de tu remota primavera,
al filo de la vida,
sobre un calendario cercenado en marzo.
El pecho, un relicario de certezas carcomidas,
de recuerdos brumosos como los amaneceres de febrero.
El corazón, un laberinto de cicatrices trazadas por puñales pérfidos,
el viejo corazón fragoso,
que en otro tiempo surcaron impetuosas oleadas de sangre ardiente.
Niebla en el cabello y el espíritu.
Espalda y orgullo doblegados
por el peso de los sueños derrotados
que te arrastraron hasta aquí.
Quizás sean eso, los sueños,
un anhelo que nos empuja a caminar,
ignorantes y abocados al desencanto,
pero al fin y al cabo, a caminar.
Y obcecados en vivir,
morimos aún soñando,
tal vez la última quimera que nos aliente:
la leve esperanza de hallar algo tras la muerte,
la ilusión de no desvanecerse,
aferrados a nuestro Yo,
a un esqueleto maltrecho,
a un nombre y apellido,
aterrados de perder la identidad
diluida en el infinito y las tinieblas
del último sueño roto.
Olga Beltrán Filarski
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