Blog de literatura y pensamiento

Ilustración de Christian Schloe


Copyright de todos los textos publicados en este blog con el nombre de Olga Beltrán Filarski.





31 mayo 2020

Vida de ratón


    

     Tuve una gata blanca y pelirroja llamada Kitty. Mi pareja y yo la habíamos encontrado siendo muy pequeña, una cría, en las obras de unos chalés que se construían frente al mar. Parecía que alguien la hubiera abandonado allí, o que hubiese perdido a su madre. Al principio nos temió; no quería dejarse atrapar, ignorante de que lo único que pretendíamos era llevarla con nosotros, darle un hogar. Bastó con echarle una cazadora por encima para que su minúsculo pero rápido y ágil cuerpecito fuese incapaz de escapar, confundido en la oscuridad que de repente se cernió sobre él y entorpecido bajo el peso del cuero y la tela que le impedía avanzar. Pero enseguida se acostumbró a nosotros, y aún más a la casa de campo en la que vivíamos, donde tanto podía dormir plácidamente en el sofá acurrucada frente al fuego como corretear en libertad en el exterior, donde la esperaban innumerables tesoros: desde el reto de conseguir trepar a un árbol, perseguir a una mariposa o a cualquier otro sufrido insecto, hasta brincar por la tierra arada y tierna, de surco en surco, escondiéndose entre ellos como si se creyera un soldado que va avanzando hasta las trincheras enemigas. Fue en esa casa donde tuvo su primer encuentro con un ratón. Era un ratón de campo, de pelaje marrón, al que vi bajar corriendo por el pasamanos de la escalera mientras Kitty, empujada por su instinto, daba brincos intentando atraparlo, aunque aún no contaba ni cinco meses y era todavía incapaz de cazarlo. Corría el roedor a una velocidad tal que estuve a punto de perderlo de vista. El infortunado ratón fue a elegir el sitio menos apropiado en su huida y entró en el cuarto de baño, un lugar pequeño y sin apenas muebles ni recovecos donde le fuera posible esconderse. Vi a Kitty entrar tras él. Me dirigí hacia allí dispuesta a sacar a la gata y a abrir la ventana para darle a su víctima la ocasión de escabullirse, pero cuando llegué fui testigo de cómo Kitty le asestaba un buen zarpazo al ratón, y aunque este siguió intentando huir, ahora más torpe y lentamente, estaba sangrando. Su perseguidora, de pronto, parecía menos nerviosa y lo contemplaba con curiosidad, alargando la pata para apenas tocarlo levemente, como si quisiera tan solo examinarlo en un juego despiadado. Pensé que, puesto que estaba herido, lo mejor sería matar al ratón, que cada vez se veía más débil y que se había detenido en un rincón de la ducha, con aspecto de hallarse exangüe. Aún no había tenido ni tiempo de sacar a la gata de allí cuando esta se abalanzó de nuevo sobre él, quien volvió a correr en una huida inútil. Agarré a Kitty y salimos las dos del cuarto de baño. Cerré la puerta y fui a buscar una azada, pensado que era la única manera de terminar con aquel pobre animalillo, de un único y rápido golpe certero, cuanto antes mejor. Cuando, armada ya, volví a entrar en el baño, el ratón echó a correr de nuevo, dándose cuenta de que yo quería matarlo, e hizo algo que me impresionó tanto que, muchos años después, aún no he podido olvidar, algo que yo hubiera creído imposible que un minúsculo cerebro de ratón fuera capaz de tramar: comprendiendo cuál era mi intención, trató de hacerse pasar por muerto a fin de engañarme, pensando que de ese modo yo me daría por satisfecha al creerlo sin vida y me marcharía, lo cual sería su ocasión para huir. El animal estaba corriendo y de repente se detuvo, se tumbó de costado en el suelo y se quedó inmóvil, con sus diminutos ojillos cerrados, pero algo lo delataba: su corazón latía frenéticamente, como si diera brincos bajo la piel y el pelaje tratando de huir también él de aquel cuerpo ya condenado. Yo no podía creer lo que veía. Quizás no era eso, no era posible; tal vez se había desvanecido, herido como estaba. Pero, entonces, ¿cómo podía su corazón latir tan desaforadamente? Para comprobarlo lo rocé ligeramente con el pie, no por ello sin dejar de sentirme cada vez más compungida por él. Inmediatamente se incorporó y empezó a correr de nuevo, demostrándome así que lo que yo suponía era cierto: el animal había pretendido engañarme en un intento desesperado de salvar la vida. Por un momento dudé, desconcertada, entre dejarlo escapar o matarlo, pero lo veía claramente herido y pensé que lo mejor sería evitarle sufrimientos. En cuanto se detuvo no lo pensé más. Haciendo acopio de valor lo maté de un solo golpe. Pero aún a veces me acuerdo de él, de lo que me sorprendió su astucia, el cómo pudo tramar una estrategia así en unos segundos de pánico para salvarse y, sobre todo, me hizo darme cuenta de lo poderoso que es el instinto de supervivencia con que nacemos, ese intrínseco apego a la vida, en ocasiones incluso a una vida que quizás no valga el precio de tantos sufrimientos y esfuerzos y a la que nos aferramos igual que aquel pobre animal acorralado se aferraba a su pequeña y frágil vida de ratón.
     Todavía en ocasiones me pregunto si tal vez se hubiera salvado de no haberlo matado yo, si quizás hice mal. O tal vez no..., tal vez, como era mi intención, tan solo le ahorré sufrimientos... No sé.

       Olga Beltrán Filarski

05 mayo 2020

La hormiga-cigarra




       Hace ya muchos años, en una excursión al campo, descubrí a una hormiga a la que nunca he olvidado. Era una hormiga-cigarra, y mientras todas las de su hormiguero avanzaban en fila cargando disciplinadas las provisiones que encontraban por el camino, ella se había escabullido y había subido a la hoja de una planta, donde permanecía, libando sus jugos al sol, a su aire, tan tranquila, y parecía feliz, absolutamente ajena al ajetreo de las demás. Ese día me di cuenta de que hasta entre los insectos existe el distinto, el anarquista, el hippy al que nadie le dice lo que tiene que hacer. 

          Olga Beltrán Filarski


03 mayo 2020

La fábrica de mentes clónicas



Vosotros, seres pequeños,
grises cancerberos de la fábrica de mentes clónicas:
echad al caldero y removed,
removed huesos de niños muertos,
pureza profanada,
semillas que nadie sembró,
voluntades podadas,
injertos de temor y culpa,
de dioses e ideas prefabricadas,
de ídolos y héroes santificados y demonios irredentos,
acatamiento,
falso respeto,
hastío,
obligación,
gritos ahogados en gargantas amordazadas
que nunca rasgarán el silencio.

Removed,
removed el caldero,
vosotros, hacedores de ciegos con ojos,
de sordos con oídos, 
de mudos con voz,
de espíritus domesticados que le temen a la luna llena
y cerebros que se anquilosan enjaulados en los confines de las verdades vigentes,
de peces que se muerden la cola repitiendo el mismo círculo una y otra vez
atrapados en una pecera de aguas estancadas.
Removed con vuestro único y pobre rasero
el caldero hediondo donde bulle y se cuece
toda la pestilencia de nuestro mísero mundo.

                       Olga Beltrán Filarski


Ilustración: Yauheniya Piatrouskaya