Por los inciertos caminos de la Tierra
vagan quienes no tienen amo,
tiritando a veces de frío sin un refugio,
pero libres,
sin más dueño que la cúpula del cielo
y sus pasos,
atravesando fértiles valles y desiertos,
sintiendo bajo las plantas de los pies
la caricia de la arena a las orillas de un mar plácido
o la aspereza de las rocas rasgando la carne
en los acantilados más abruptos.
En otros tiempos ardieron en hogueras.
A veces creo ser una de ellos,
otras, sucumbo a la molicie del plato
y el lecho cálido que da el amo,
para después rebelarme y regresar a mis orígenes,
para viajar en el tiempo al día en que nací
sin las rudas ataduras que luego, poco a poco,
fueron anudando en mi mente
para domesticarla como se doma a un potrillo
al que se ata a un muro
para aplacar su naturaleza salvaje de caballos ancestrales
que corrieron libres por las más verdes praderas
y que aún galopan por su sangre.
Deseo correr como ellos y que no vuelvan a alcanzarme,
pero cuando lo intento con el corazón desbocado,
hambrienta de libertad,
siento el terror del esclavo fugitivo perseguido por los perros.
¡Corre!, ¡corre!, ¡que no te atrapen!
¡Corre lejos
y no vuelvas!
Olga Beltrán Filarski