Andreu
Capdevila había terminado por borrar de los estratos más superficiales de su
memoria los veinte primeros años de su existencia. Quiso olvidar la tierra seca
y polvorienta que lo vio nacer, una tierra
árida que dependía de las lluvias para que pudiera germinar en sus entrañas el
sustento de los humanos que la poblaban, olvidó los caprichos de aquel cielo
infinito que se extendía sobre el paisaje perezoso de matorrales agostados, y
que en ocasiones negaba el agua necesaria para regar el fruto de los esfuerzos
campesinos, olvidó que en su pueblo algunos ni siquiera habían visto nunca la discreta capital de su provincia, ni
conocían tampoco el mar, olvidó a las viejas enlutadas de rostros espectrales
de su familia y de las de sus convecinos, cuyas vidas habían transcurrido
insignificantes entre aquel montón de casas de piedra y calles de terrizo y
cuyos huesos conocían de sobra su último destino: el pequeño y humilde
cementerio de la iglesia, ese terruño que se había nutrido durante siglos con
la sangre y la médula de todas las generaciones que se sucedieron en el pueblo.
Olvidó también la fuerza con que se aferraba a la mano de su madre cuando entró
en Barcelona por vez primera con solo diez años, asustado ante la posibilidad
de perderse y ser engullido por aquel descomunal laberinto de calles que a él
le parecían inmensas y que bullían de desconocidos que no lo miraban a la cara
y que parecían todos ellos muy atareados y con prisa. Olvidó que,
Blog de literatura y pensamiento
Ilustración de Christian Schloe
Copyright de todos los textos publicados en este blog con el nombre de Olga Beltrán Filarski.
22 septiembre 2022
09 septiembre 2022
Simplemente... porque hay poesía
Las poesías son
cuadros pintados con palabras,
con la tinta roja de
la sangre que fluye en impetuosas oleadas
por el corazón del
poeta.
La poesía está en el
murmullo de los ríos,
en las hojas de los
árboles, que tiemblan ante la caricia de la brisa,
en sus raíces que se
afanan por permanecer, aferrándose a la tierra madre,
como nosotros nos
aferramos a los sueños y a la fe
para no perecer creyendo
que somos solo polvo y barro.
La poesía está en los
horizontes inalcanzables, donde nace y muere el sol,
en los trenes que
parten de las estaciones con sus cargamentos de vida,
en la mirada fiel de
un perro,
en la danza hipnótica
del fuego y el olor a leña quemada de las chimeneas del invierno,
que dibujan garabatos
sobre el paisaje lánguido,
en la alegría y en la
nostalgia,
en la fuerza que hace
que te vuelvas a levantar después de haber caído,
cuando te creías
acabado,
en los amaneceres que
siguen a las abismales noches de desesperanza.
La poesía es el
misterio de la vida y de la muerte,
la lucha de la gente
que no se doblega y persigue ideales y utopías,
el aullido de los
lobos acosados que resisten en las montañas,
el coraje de una
cierva defendiendo a su cría,
el vuelo de las
águilas planeando sobre las cumbres escarpadas,
el embrujo de las
noches de luna llena,
y los veranos del Sur.
La poesía son la risa
y el orgasmo,
y hasta el llanto y
la lluvia,
con su estela de olor a tierra mojada,
la curiosidad de los
niños y los cachorros,
del científico y el
filósofo,
que sienten que siempre
hay una pregunta tras todas las respuestas,
la pasión indomable
de los artistas,
y la audacia de
nuestros antepasados,
que surcaron mares y
atravesaron valles y montañas en busca de vidas mejores,
y mezclaron sus
cuerpos y su sangre a través de los tiempos para que podamos existir
y andar por el mundo naciendo
y muriendo un poco todos los días,
con cada aprendizaje,
con cada derrota,
con cada nuevo amor,
con cada pérdida
y sintiendo que,
a pesar de todo el
dolor,
de todo el
sufrimiento que pueda sacudirnos,
nuestros corazones
seguirán latiendo, amando, esperanzándose a contracorriente,
y creyendo que vale
la pena vivir...
simplemente...
porque hay poesía.
Olga Beltrán Filarski
Fotografía: Olga Beltrán Filarski
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