La noche va tomando la ciudad,
colándose sigilosa por sus intersticios, esquinas, avenidas,
avanza imparable por las ventanas y las rendijas de las puertas,
desvanece los perfiles de los edificios,
empapa de oscuridad las cabezas cansadas y soñolientas,
ansiosas de adormecerse frente a una pantalla
contemplando vidas de plasma.
Una luna adulterada, asfixiada entre el neón,
cuelga de la cúpula de un cielo lánguido como lámpara raquítica,
ignorada por todos,
con tristeza de muchacha fea en un baile.
Las entrañas de la urbe engullen a los transeúntes
por su boca mecánica de dientes plateados,